Cualquier niño de clase humilde puede, a poco que ahorre su madre, hacerse con una guitarrita que le alegre la vida. O con un timple. O con una armónica. O con una flautilla de pico o similar. Instrumentos accesibles. O con un sencillo instrumento de percusión, que es la base de cualquier música. En realidad bastan una caja y un par de palos: bueno, bonito y barato. O la voz, por supuesto. Esos son los instrumentos populares, masivos, instrumentos de libre acceso que mantienen la música viva. La ventaja de estos instrumentos con respecto a los instrumentos clásicos es infinita. Siempre habrá más guitarristas que cualquier otra cosa, no porque la guitarra sea más bonita ni más mediática (aunque es cierto que es más mediática que el corno inglés, por ejemplo) sino, sobre todo, porque es más barata. Ciertamente, la guitarra no forma parte de los instrumentos elegidos por el gran repertorio, pese a algunas obras de Boccherini o Paganini, que no cuentan mucho. Al fin y al cabo eran compositores italianos, latinos y, por ende, atrasados. El ilustre Theodor Wiesengrund Adorno consideraba que la guitarra o el acordeón eran "instrumentos infantiles", casi subdesarrollados, no podían de ningún modo compararse con una máquina de precisión como el Steinway. Esta opinión que puede parecer extrema a muchas personas juiciosas, es compartida de manera más o menos explícita por muchos amantes de la música clásica, gentes de alma germánica, que piensan que esos son instrumentos pobretones que la gente puede aprender a tocar de forma autodidacta. Y es cierto, lo son. Pero eso no es un inconveniente, sino todo lo contrario.
La música clásica tiene como principal característica el hecho de necesita tiempo para ser disfrutada. Se necesita tiempo y una determinada formación para poder apreciar a Mahler. Se necesita mucho tiempo para que una viola empiece a sonar bien en manos del aprendiz. Se trata de una música y de unos instrumentos técnicamente muy complejos, muy elaborados, fruto de siglos de estudio y tradición. ¿Quién dispone de esa formación? ¿Quién dispone del tiempo para formarse? Históricamente, la clase dominante. En su día la nobleza, después la burguesía, que supo adueñarse de los atributos de la clase derrotada. Llegado el siglo XX, la revolución socialista, en los lugares donde triunfó, quiso desde un primer momento hacer universal el beneficio de esos productos de la alta cultura en la nueva sociedad sin clases. Esta experiencia, única en la historia, produjo una expansión masiva de esta música entre ejecutantes y público. Los resultados fueron notorios en la Unión Soviética, donde ocurrían fenómenos tan insólitos como que Mstislaw Rostropovich o Leonid Kogan fueran a dar conciertos a las minas, ante un auditorio de entusiastas melómanos mineros. La cantidad y calidad de los músicos que produjo el bloque socialista no necesita mayor comentario. Y fue el ejemplo de la URSS lo que animó a los países occidentales a democratizar su cultura de élite, en medio de la guerra fría cultural que tenía lugar durante los años de la posguerra, ante el temor de quedar atrasados frente al enemigo. La socialdemocracia no ha hecho más que perpetuar esa corriente, con resultados desiguales. Hoy en día, la tendencia va muriendo, y los esfuerzos por dar a conocer y enseñar a apreciar la gran tradición culta occidental quedan como asignatura maría en unos planes de estudio decadentes. Total, no aporta demasiados beneficios económicos formar a un amante de Beethoven. Y lo que no aporta beneficios económicos inmediatos, en nuestros días, ya se sabe.
En la industria discográfica se utilizan diferentes epítetos animales para referirse a cada una de los géneros musicales, tal y como lo documenta Keith Negus en su libro sobre las transnacionales de la música. Por ejemplo una "vaca lechera", como es fácil deducir, es un artista de gran éxito comercial. Un "gato salvaje" es un artista del que no resulta fácil realizar un pronóstico de ventas. La música clásica es un "perro". Así se la denomina. Se acepta que no produce grandes resultados comerciales, pero sin duda otorga prestigio a la compañía el contar con este o con aquel solista. El prestigio de la alta cultura. El esnobismo como fuente primera de conocimiento. Así acuden los nuevos ricos al auditorio y al teatro y a la ópera: hacen lo que deben hacer según su estatus, así lo estipula la convención. Por supuesto, es posible que finalmente consigan disfrutar del concierto y que a la larga se hagan con su criterio de apreciación estética y todo eso, pero de entrada, lo que les motiva para ir al teatro es el dinero en el bolsillo y el no saber en qué gastarlo. Y mira que hay cosas.
La música clásica no es elitista. Ni lo es ni lo deja de ser. Requiere, como toda forma de arte, de una cierta actitud para ser apreciada. Esa actitud específica ha sido cultivada, como hemos dicho, por aquellos que han tenido la posibilidad de hacerlo: los ricos. Forma parte tradicional de la alta cultura, es una más de las "bellas artes", tiene su historia de servidumbre de las clases altas, las clases que han querido adornarse con ella, pero afirmar que su gusto es privativo de la burguesía es ir demasiado lejos, como hemos señalado al constatar el papel de estas formas de cultura en los proyectos socialistas. Y sin embargo, los que nos movemos en diferentes terrenos musicales podemos constatar cómo hoy día la música clásica sigue siendo considerada por el pueblo llano como algo ajeno, excluyente, algo que no va con ellos, algo difícil, lejano y, sobre todo, algo muy aburrido, mientras que el rock, el pop, el heavy metal, las músicas latinas, son percibidas como propias, populares en el sentido estricto de la palabra, alegres, agradables de escuchar, necesarias para la vida. La paradoja surge cuando constatamos que mucha de esta música popular, de popular no tiene nada, más que su omnipresencia en los medios de masas. Una entrada para ir a ver a Metallica o a U2 es, sin lugar a dudas, mucho más cara que una entrada a un concierto del Cuarteto Mosaïques, por poner un ejemplo. O, yendo aún más lejos, una entrada para el fútbol de primera división, oh, escándalo, el deporte del populus por excelencia, es mucho más cara que una entrada para un concierto de una buena orquesta sinfónica. ¿De qué estamos hablando? ¿Dónde está el elitismo entonces? No en la música, desde luego, ni en el precio de escucharla a día de hoy. Sí, ciertamente, en mucho de cuanto la rodea. El mundo de la música clásica está lleno de pijos, eso no lo niega nadie. Pero también el mundo del rock o el mundo del deporte. Cuando todo está en venta, cuando todo tiene precio, es lógico que quien más dinero tenga pueda acceder con mayor facilidad a todos los bienes, materiales y espirituales. La música clásica vuelve entonces al bolsillo de los elegidos. Y muere a medida que van cayendo las cabezas blancas que pueblan las plateas de todos los auditorios. El populacho se va de bares a bailar reggaetón con una mano en la cabeza y pasa de todo. Queda, por suerte, alguna iniciativa como el Sistema de Orquestas de Venezuela, que van a la contra de esta inercia histórica y vuelve a intentar acercar una tradición de élite a las masas. El ejemplo ya está siendo imitado en otros países y constituye, según Simon Rattle, "la gran esperanza para la música clásica". Pero la pregunta que queda al final, y que no podemos contestar aquí es: ¿realmente debe sobrevivir la música clásica? ¿Tan importante es? O lo que es lo mismo: ¿por qué es mejor Beethoven que Daddy Yankee? A ella le gusta la gasolina.
Johannes Brahms tocaba el piano en los puticluses de Hamburgo siendo apenas un adolescente y las chicas intentaban sedurcirle y meterle la mano en la entrepierna, para azoramiento e incomodidad del joven pianista. Se dice que ahí se forjó su personalidad misógina, que le impidió mantener relaciones sentimentales estables a lo largo de su vida posterior. Condoleeza Rice, por su parte, creció Alabama en tiempos de la segregación. Reacia a la idea de rebelarse contra el establishment racista, eligió ser una persona irreprochable para ser aceptada: la mejor estudiante, la más esforzada, se especializó en Estudios Soviéticos y de la Europa del Este y no tardó en convertirse en una autoridad en la materia, requerida como asesora por el gobierno de George Bush padre durante los años de la caída del muro y el fin del comunismo. Vive en Washington D.C. y cada semana se reúne con su quinteto para tocar a Brahms, a Schubert, a Schumann, los grandes. Jamás escucha hip-hop. Dicen que toca bien, pero yo no la he escuchado nunca. Yo-Yo Ma nació en Francia pero sus padres son de origen chino. Se nacionalizó estadounidense. Además de violonchelo, estudió Historia en Harvard. Tocó con Condi una sonata de Brahms y tocó también en la investidura de Obama. No sé si Brahms o qué otra cosa. Lleva años con un proyecto llamado The Silk Road Project, en el cual toca con músicos de los países de la antigua ruta de la seda, fusionando estilos y tal y cual. No se sabe muy bien qué es lo que tiene en la cabeza, pero es indudable que es un gran violonchelista. Yo lo escuché en Amsterdam hace unos cuantos años ya y, si he de ser sincero, me dejó un poco frío.
4 comentarios:
Lindo artículo.
He visto muchas veces a gente de pinta nada pija con cartelitos que ponen "busco ticket" por fuera de la Berliner Philarmoniker, en donde se pueden comprar entradas muy baratas (entre 5 y 15 e) y que se acaban muy rápido.
Ignorante, pregunto ¿qué habría que estructurar en el mercado de la música para que no generase elitismos? ¿Precios de entrada? ¿Control de subvenciones? ¿Sueldos? ¿Programaciones de conciertos? ¿Intermediarios? ¿O se trata del sistema capitalista al completo?
sobre todo, los precios de los instrumentos, como ya comenté. eso de entrada. esa es la barrera principal. eso es lo que habría que regular de entrada.
los precios de las entradas a conciertos no son caros. y en europa nada caros, la verdad.
pero lo principal son los precios de los instrumentos.
Pues a mí, un profano, me parece muy interesante todo esto. Espero, negro, que no nos engañes mucho. Un beso
no te engaño, mi rey.
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